lunes, 18 de junio de 2007

Estaba sentada en el asiento del acompañante y miró por la ventanilla mientras cruzaban sobre un puente. Su vida no era miserable y ella jamás había experimentado el menor impulso suicida pero, por un momento (que duró nada y a la vez fue interminable), sintió ganas de desviar el auto hacia el vacío.

No pensó en morir; pensó en hacer algo realmente diferente para variar.

Ese mismo día, mirando las casas de Olivos por la ventanilla del tren, sintió muchas ganas de estar triste, pero apenas si logró sentirse contrariada por esa urgencia que entendía bien y, no obstante, jamás podría explicarle a otro ser humano.

2 comentarios:

p dijo...

a veces temo que la rutina se parece a la muerte. y es que es eso, la muerte de las decisiones.

pienso en una línea recta con un único destino final... y no tengo apuro en llegar a la meta! prefiero detenerme en las sinuosidades del camino!
(y así es como llego tarde a todos lados, je!)
besos con bufanda!

Radio AM. dijo...

A veces la vida es la tensión entre aferrarse a la belleza de este lado y, a un tiempo, querer asomar la cabeza al otro lado, por simple curiosidad.

Pero es evidente que ambas acciones se cancelan y, siendo que una es inevitable de cualquier modo, la opción razonable es evidente, sin que, por ello, sea posible eliminar el impulso irracional.

Bah, me parece.

Gracias por los besos que (yo) reciproco (tú reciprocas, él reciproca... ).