La asistente enjugó tres gotas gruesas de sudor que caían de la frente del médico. Él, entre tanto, dirigió una mirada breve y admonitoria a sus propias manos trémulas, aunque el temblor disminuyó apenas.
Pensó: hijo de puta.
Estaba allí: breve, pequeña y punzante; tan próxima al corazón que no hubiera sido descabellado suponer -como primera impresión- que estaban unidos en una relación de perfecta simbiosis.
En su mente, el médico proyectó una variedad de incisiones posibles que de antemano sabía inútiles. Estaba allí y no sería posible extirparla sin dañar el corazón de modo permanente o incluso mortal. No podría hacer nada y lo sabía bien, pero su buen oficio y su orgullo no le hubieran dejado admitirlo sin considerar una variedad de opciones inútiles antes de desistir.
Tantos años de investigaciones inconclusas y teorías preliminares no podrían ayudarlo en lo más mínimo porque estaba allí arraigada, inviolable:
La melancolía.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
puedo sugerir un paliativo natural? quizás no cure, pero te aseguro que alivia:
muchos abrazos!!
tómese como una especie de homeopatía cariñosa...
Pobre doctor, igual, más que el paciente. El paciente está condenado y la condena implica, por su certeza, una comodidad relativa.
Pero claro que valen mucho las sesiones de homeopatía cariñosa, en referencia a tu mención. Y se agradecen tus comentarios en mis blogs, que cuadran perfectamente con el término que acuñaste.
Publicar un comentario