domingo, 6 de mayo de 2007

La felicidad es una bribonzuela descarada. Si tuviera que imaginarla corpórea, creo que la imaginaria como una mujer. En esta vida, tal como la veo, pocas cosas me son tan inextricables como la felicidad y las mujeres.

Pero tomemos por caso a la felicidad.

Nos acecha desde cerca en silencio. Sin duda ustedes habrán sentido, como yo he sentido, su húmeda nariz perruna presionando suavemente contra la piel del rostro.

Y luego se va. O tal vez se oculta.

Somos sus presas y ella lo sabe bien.

Todo el tiempo nos vigila desde la sombra impenetrable a nuestro alrededor y entonces, casi siempre inesperadamente, nuevamente hunde sus dientes en la carne tierna de nuestros anhelos, ya recónditos, ya abiertos.

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