lunes, 14 de mayo de 2007

La rigidez del suelo avanza como una columna de soldados, desde el borde mismo de las uñas en mis pies hasta el espacio abierto de mi boca. Y desde el suelo hacia el otro lado: los edificios se yerguen como estacas, se congelan los árboles y los pájaros; hasta las nubes parecen ornamentos marmóreos incrustados en el cielo de baldosa azul.

Solamente la música se desplaza dentro este mundo de roca transparente.

Y en la música me abstraigo al rigor y ya no me siento confinado al calabozo de mi cuerpo.

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